Sexo en mi cama / Fulana Mente


Estimados:
Mi cama enseña.
Hoy me referiré al cuerpo vasija. Siglo XXI y todavía debo escuchar a mujeres heteronormadas y profesionales diciendo: “La mujer debe recibir”. Me caigo de culo.
Humildemente, cabe aclarar que sabiendo que estamos en un patriarcado garrafal con su indiscutible distribución desigual de poder entre sujetos, donde los machos tienen preeminencia en muchos aspectos, la cama no es territorio que se escape de tal opresión. Y me meto calentita, lista para hablar de mi espacio proximal en la cama, frente a este cuerpo dominante. Vaya que el tal desconoce por completo no sólo lo que siento sino cada centímetro de piel que me circunda. Con suerte si me lo reconozco a mí misma.
La falta de experiencia, la sumisión en ocasiones y la subjetividad moldeada por un tiempo-espacio milenario de dominación machista hace que las personas ingresemos a ese espacio ya normado “a merced de”. No vale que me digan que cabalgando es como nos liberamos porque no doy crédito al acto. El acting también es parte del show, que una vez llegada al orgasmo hace que le alcancemos la toalla y volvamos a prepararle la comidita al machirulo. Mi existencia corpórea en la cama, en ese momento donde las tensiones de poder, embadurnadas de flujos y antorchas hormonales, pieles sudorosas y molotovs de latidos se ve interferida a cada instante en ser cosa y objeto de deseo o sujeto de deseo. En todos los casos prefiero éste último.
Esa cama machista no me pertenece, no me convoca ni me hace un sujeto más libre. Que me bombee unos minutos y acabe es deplorable. Que se la chupe y acabe y encima se la trague, también. A mí no me alcanzan ni los besos, ni las caricias, ni el semen tibiecito en el iris, ni la sarta de estrategias que un macho puede ofrecer. Las vergas duras si bien son adorables, también podrían ser el anexo de un sujeto de deseo, un cuerpo y un cerebro ciertamente antipatriarcal.
Acaso la mujer cosa-vasija, esa que debe ser llenada y completa debiera comenzar a revisarse, mirarse, explorarse, activarse de otros modos en dicho acto.
Y, ¿qué hacer?
Me imagino que en esta disputa de poder corporal y subjetividad, la acción de chuparse y chuparnos, de refregarme y refregarnos distintas partes, de lamernos lugares no explorados, de jugar, de saltar, oler, respirar, masturbarnos y hacer un moldeado de su cara en nuestra vulva puede hasta resultar más entretenido que la simple penetración.
La invitación entonces podría ser a asumir ese espacio como propio, tomar el clítoris, y dar por culo.
Juguemos, entonces, y gocemos detentando el poder.

Fulana Mente

Arde

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